Crédito columna: Alejandro Kladniew, socio gerente de Paraguay Development SRL.
Entiendo que para todos los que dentro de una empresa trabajamos en áreas de comercialización y comunicación con presupuestos acotados, se nos hace siempre desafiante llegar a nuestros potenciales clientes en un mundo hipercomunicado con una variedad casi infinita de medios.
Por otra parte (y ya lo he comentado en otros artículos) los que tenemos como filosofía y práctica transmitir mensajes auténticos y nunca medias verdades (que me enseñaron de chico) que son las “peores mentiras”; nos encontramos con las limitaciones que impone no decir siempre lo que podría sustantivamente atraer al cliente, pero que no vamos a finalmente satisfacer.
Típico ejemplo, los que en negocios financieros o inmobiliarios prometen tasas de rentabilidad que hay casi nulas posibilidades de entregar.
En lo que a la publicidad hace, no me cabe duda que deben existir rubros donde el uso de determinados influencer es sumamente efectivo, al igual que figuras públicas como deportistas, artistas, periodistas y tantos otros referentes, que se usaron y usan para vender productos, servicios y marcas desde que la publicidad existe.
Nadie paga tamaños cachet si no hay resultados económicos favorables. Me permito también ampliar un concepto (que es actual) que hoy ser figura pública e influencer es casi un sinónimo.
Esto sucede porque todos los seres humanos tendemos a identificarnos de una u otra forma a o con determinadas personas o personajes públicos de manera positiva, y si esa persona utiliza determinado producto, es posible que yo intente hacer lo mismo, como una forma de ser o parecerme a él.
Lo que agrega hoy un influencer a diferencia del pasado, es que “te vende” no solo su imagen, sino su cantidad de seguidores en redes y eso es un activo muy significativo para cualquier anunciante.
Y este modelo no deja de ser un poco “loco” porque convengamos que la mayoría de los consumidores sabemos que la mayoría de los que publicitan a las marcas -en muchos casos- jamás las usaron en el pasado y si lo hacen en el presente, no es por una elección libre sino por el contrato que tienen con dicha empresa. Ya sabemos que la frase “mentime que me gusta”, nada tiene de descabellada.
La mayoría de los negocios, por lo general, no generan un nivel de rentabilidad que pueda contratar a figuras públicas relevantes para promocionar sus productos y/o servicios. Por eso nos permitimos sugerir a quienes creen en su propio negocio, utilizar a los verdaderos clientes para que sean ellos quienes puedan comunicar las bondades y beneficios de los cuales son usuarios.
Es posible que los mismos no tengan la repercusión que podría tener una figura pública que de forma paga acepte vender producto o servicio. Y aboguemos para que la autenticidad y el mensaje verdadero ocupen un lugar destacado en los consumidores.
¿Podrá el mensaje de los clientes tener el nivel de eficacia de quienes aconsejan sólo por el dinero que reciben? ¿O será más relevante el mensaje de quien vende el producto, que el producto en sí mismo?