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Maternidad: la empresa, la familia y la rentabilidad del alma

Por Dayana Urunaga 

Hablar de maternidad laboral es, para mí, es hablar de la maestría más profunda: la del Ser Humano. No la que se aprende en las universidades, sino la que se forja en la vida real, en la piel, en el alma. Hace 26 años comencé a trabajar en la empresa familiar.

La maternidad, sin embargo, no hizo una pausa para esperarme.

Esta maternidad laboral no fue solo hablar de conciliar horarios. Es hablar de construir un equilibrio invisible, ese que nadie ve, pero que se siente en el cuerpo, en el alma. Hoy soy CEO de Dandres SA, una de las empresas de limpieza profesional con 42 años de trayectoria en Paraguay. Pero más allá del cargo, soy madre. Y esa es, sin dudas, la maestría más difícil y más hermosa.

Hablar de mi maternidad laboral no es hablar de conciliación en términos de productividad. Es hablar de la vida real: de la mujer que termina una reunión con un cliente y en ese mismo instante debe recordar que su hijo tenía que salir del jardín a las 16:00. Es hablar de la que planifica presupuestos mientras en su mente hace listas mentales de meriendas, vacunas y tareas escolares. Es hablar de las veces que una madre trabaja con el corazón dividido, pero con la convicción intacta de estar dando lo mejor de sí.

Mi hijo menor de 14, en sus primeros años creció con el corralito en “la ofi”, siendo testigo de reuniones, presupuestos y esos silencios donde la responsabilidad de ser madre y laburar se abrazaban (a veces con ternura, a veces con culpa). Su guardería quedaba a 10 minutos y cada día era una coreografía entre ser mamá, empresaria e hija. Recuerdo con el corazón apretado aquella vez que se golpeó la cabeza jugando en el patio de la oficina y, de la mano de mi padre —mi jefe—, corrimos al hospital para que lo cosieran. O ese otro día en que se me pasó la hora de salida del jardín y llegué 10 minutos tarde… llorando, sintiéndome la peor madre del mundo.

Pero la maternidad enseña que la perfección es un espejismo. Y que el verdadero éxito es estar presente de la mejor forma que una puede, incluso cuando las exigencias del día nos desbordan.

Lidiar con la maternidad y el compromiso con una organización que vi crecer mes a mes, año a año, es un equilibrio constante. Sobre todo, en una empresa familiar, donde los valores y el legado tienen un peso emocional que no aparece en los manuales de gestión.

Pero, sobre todo, aprendí de mi madre, una mujer de carácter firme, de liderazgo natural, que fue —y es— mi gran maestra. La vi transformar con sus manos y su voluntad un negocio en un proyecto de vida. La vi liderar con pasión, con orden, con una fuerza que muchas veces tuvo que ser doble: la de la jefa y la de la madre. Ella me enseñó que la empresa no era solo una fuente de ingresos, sino una extensión de nuestra familia, un espacio donde cada colaborador importaba, donde la dignidad del trabajo era el mayor capital.

Cuando fui madre, cada experiencia, cada error, cada aprendizaje me fue mostrando que ser madre y empresaria en un entorno familiar no es una competencia de prioridades, sino una danza en la que todos los roles conviven, se entrelaza y, a veces, se pisan los pies.

En Dandres, la maternidad nunca fue solo una experiencia personal, no se detiene al cruzar la puerta de la oficina. Y mi responsabilidad como líder tampoco termina en balances y contratos. Muchas de nuestras colaboradoras son madres. Muchas son madres solteras que encuentran en esta empresa una oportunidad para crecer, capacitarse y sostener a sus familias con dignidad. Mujeres que, como yo, equilibran trabajo, familia, desafíos y sostener a sus hijos con orgullo.

Porque detrás de cada uniforme, de cada jornada cumplida, hay historias de vida que merecen ser vistas y acompañadas. He aprendido que un equipo fuerte no se construye solo con reglas, sino con humanidad.

Hoy, mis hijos me recuerdan nuevas reglas: “Mamá, en la mesa el celular no”. Los roles cambian. Ellos también me enseñan. Principalmente el mayor que con sus 21 años de testigo cada día sabe cuándo necesito, dejar el celular.

Pero ser madre en el mundo laboral no se trata solo de encontrar un balance entre la familia y el trabajo. Después de tantos años, lo económico es importante, sí, pero la paz interior, el compromiso humano, y el sentir que cada cliente es parte de tu historia, es lo que realmente sostiene.

Hoy, a tres cuadras de mis 50 años, miro hacia atrás con gratitud, porque la maternidad me enseñó a medir el éxito con otros parámetros: la sonrisa de mis hijos al llegar a casa, la mirada de orgullo de mi madre al ver el camino recorrido, un matrimonio y una pareja de casi 20 años, el compartir con mis hermanos este caminar laboral, la confianza de cada cliente que nos elige hace décadas, y la certeza de que todo lo construido tiene un propósito más grande que cualquier rentabilidad económica.

La maternidad no detiene el reloj empresarial, pero te enseña a medir el tiempo de otra manera, y hoy abrazo con más conciencia la importancia de estar en paz conmigo misma.

Y aún en el camino en la empresa familiar, también construí mi propio universo como comunicadora y artista. Un camino paralelo que me enseñó que la vida no es lineal, sino multidimensional. Esa trama compleja y hermosa de pasiones, vocaciones, responsabilidades y sueños donde me permití entender que el verdadero equilibrio no está en elegir un solo rol, sino en integrar todos los que nos hacen vibrar.

Porque al final del día, la verdadera rentabilidad es la del alma.

Y esa, sin dudas, es la más valiosa de todas.

Feliz Día de la Madres a todas las que intentamos lograrlo cada día.

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