Crédito columna: Jony Fleischman.
En las calles de Asunción, los carteles de «SE VENDE» crecen como hongos después de la lluvia. Promesas brillantes, cifras altísimas, sueños de dólares estadounidenses que flotan en el aire guaraní como humo dulce de chipa quemada en la vereda.
Pero la verdad -como un buen trago de caña fuerte- quema y baja con crudeza: lo que se pide rara vez es lo que se paga.
El mercado inmobiliario paraguayo es un viaje salvaje. Una jungla caliente donde muchos creen estar cazando diamantes, pero terminan tropezando con espejismos.
Las diferencias entre los precios que se anuncian y los que realmente se cierran en las escribanías son abismales. Se habla de cifras como si fueran verdades reveladas, cuando en realidad son parte de un ritual especulativo. Es un teatro, y muchos actores aún no han leído el guión completo.
Lo que está publicado muchas veces no tiene nada que ver con la intención real del vendedor. A veces es un anzuelo, otras un capricho. Los compradores, por su parte, entran al escenario como si fuera un supermercado de oportunidades, pero olvidan que en este país el precio real solo emerge en la intimidad de una escribanía, cuando el whisky ya está servido y alguien suspira antes de firmar.
Ahí entra el verdadero valor del intermediario. No el que solo abre puertas y sonríe en las fotos. Sino el que se arremanga, se sienta con el cliente, lee el alma del vendedor, y negocia como si de eso dependiera su último trago en tierra firme.
Un buen agente no es un paseador de compradores: es un intérprete del mercado, un diplomático de las emociones inmobiliarias, un negociador feroz con elegancia. A veces psicólogo, otras veces contrabandista de realidades.
Cerrar un buen trato no es arte ni ciencia. Es guerra, jazz y cocina de autor. Es saber cuándo hablar, cuándo callar y cuándo dejar que el silencio cierre la oferta por vos. El que logra el mejor deal para ambas partes -uno que no deje a nadie con resaca emocional- es el verdadero héroe anónimo de esta historia.
Invertir en Paraguay sigue siendo una de las decisiones más inteligentes que un buscador de oportunidades puede tomar. Hay tierra, hay necesidad de capital serio, y hay espacio para todos.
Pero, como con cualquier buena droga, la dosis y el dealer importan. Mucho. El mercado está lleno de ruido, y distinguir el ritmo verdadero de la selva requiere oído fino y un guía que sepa cuándo apretar el gatillo.
Así que, antes de confiar en el cartel, buscá al que camina las calles, hablá con los dueños y no se asusta de bajar un precio cuando sabe que puede subir el valor. Porque en este mercado, lo único que está verdaderamente en venta… es el tiempo del que sabe negociar.
