Por Augusto Fabrini, analista.
El 16 de mayo de 2025, Moody’s Investors Service retiró la calificación máxima de crédito soberano de los Estados Unidos, rebajándola de “Aaa” a “Aa1”. Fue la primera vez en más de un siglo —desde 1917— que la agencia redujo la calificación del país. La decisión refleja preocupaciones profundas sobre la sostenibilidad fiscal estadounidense, marcando la tercera vez en 14 años que una gran calificadora advierte formalmente sobre los desequilibrios estructurales de la mayor economía del planeta.
Este artículo examina los fundamentos detrás de la decisión de Moody’s, la respuesta de los mercados globales y las posibles implicancias para las economías emergentes, con especial foco en el Paraguay. El análisis se realiza a la luz de ediciones anteriores de esta columna, en las cuales ya hemos abordado la reconfiguración de los flujos financieros internacionales y los riesgos de un nuevo régimen de tasas elevadas.
El significado de la rebaja
La decisión de Moody’s marca el fin de un ciclo histórico de confianza absoluta en la deuda soberana estadounidense. Las justificaciones son contundentes: crecimiento continuo del endeudamiento, ausencia de un plan creíble de consolidación fiscal y el rápido aumento del costo del servicio de la deuda. Con un déficit proyectado que superará el 6% del PIB en 2025 y una deuda total por encima de los US$ 36 billones, la degradación fiscal de Estados Unidos se hace evidente.
Aunque Moody’s otorgó una perspectiva “estable” a la nueva calificación, reconociendo la resiliencia del dólar como moneda de reserva internacional, la rebaja refleja la creciente incapacidad política para implementar reformas fiscales. En 2011, S&P realizó el primer recorte. En 2023, fue el turno de Fitch. Ahora, en 2025, la última agencia que mantenía la nota triple A se suma al coro de advertencias.
Mercado de bonos del tesoro: demanda en retroceso y presión sobre las tasas
El mercado de bonos del Tesoro, tradicionalmente considerado el pilar de la estabilidad financiera global, atraviesa un momento de inflexión. El Tesoro estadounidense enfrenta un volumen récord de vencimientos a refinanciar en 2025, en un contexto de demanda estructuralmente debilitada.
China, que posee más de US$ 800 mil millones en bonos, ha reducido sistemáticamente su exposición, no solo dejando de comprar nuevos títulos, sino vendiendo activos en medio de tensiones comerciales y geopolíticas. Japón, por su parte, ajusta su cartera en función de la normalización de la política monetaria del Banco de Japón, que ahora ofrece rendimientos más atractivos en su mercado interno.
Esta retracción de compradores tradicionales obliga al Tesoro estadounidense a ofrecer mayores primas para atraer nuevos inversores. El 19 de mayo, los bonos a 10 años alcanzaron el 4,56% y los de 30 años superaron el 5%, reflejando una repricing del riesgo soberano. La curva de tasas está bajo presión, con implicancias relevantes para el costo de financiamiento global.
La crisis silenciosa de los bonos
Mi opinión como editor es clara: la próxima crisis financiera global no comenzará en los bancos ni en la bolsa, sino en el mercado de deuda soberana. Las señales ya son visibles en los bonos del Tesoro a 30 años, que muestran creciente volatilidad y menor liquidez. Este movimiento probablemente se extenderá a los bonos a 10 años y, finalmente, alcanzará los instrumentos de corto plazo, desestabilizando los mecanismos de financiamiento del gobierno estadounidense. El contagio al mercado accionario será una consecuencia inevitable.
El aumento acelerado de las tasas en los bonos no solo encarece el servicio de la deuda, sino que también limita de forma drástica la eficacia de las políticas fiscal y monetaria. El margen para respuestas anticíclicas se reduce, mientras los inversores exigen mayores rendimientos por asumir riesgo soberano.
Riesgos para economías emergentes: el caso paraguayo
El efecto dominó sobre los mercados emergentes ya se insinúa. El alza en los rendimientos de los Treasuries incrementa el costo global del capital y presiona a las monedas locales, especialmente en economías con alta exposición cambiaria. El dólar fortalecido encarece las importaciones, impactando la inflación, mientras que el atractivo de los activos estadounidenses puede redirigir flujos de capital.
Para el Paraguay, los efectos son mixtos. Por un lado, el país se ha destacado por contar con fundamentos sólidos. En enero de 2025, S&P revisó la perspectiva crediticia de Paraguay a “positiva”, reflejando expectativas de crecimiento entre 3,8% y 4,0% anual hasta 2028, impulsadas por inversiones en energía renovable y celulosa.
Por otro lado, la presión externa exige vigilancia. Una eventual caída en la demanda china de materias primas, sumada al encarecimiento del financiamiento externo, puede comprometer el dinamismo exportador. Inversores, ante Treasuries que rinden más del 5%, tienden a revaluar el riesgo país de economías pequeñas, incluso aquellas con fundamentos macroeconómicos sólidos.
Una perspectiva técnica y crítica
La rebaja de Moody’s no representa un colapso inminente, sino una señal inequívoca de erosión fiscal y disfuncionalidad institucional en Estados Unidos. Es, sobre todo, una advertencia: los mercados globales están empezando a valorar lo que durante mucho tiempo fue ignorado —la ilusión de que déficits permanentes son sostenibles indefinidamente.
Economistas como Lawrence Summers señalan una “aversión progresiva” hacia los activos estadounidenses. Otros, como Mohamed El-Erian, minimizan los efectos, apostando a la resiliencia estructural del dólar y de la economía norteamericana. Ambos tienen parte de razón. El sistema aún está lejos de un colapso, pero los desequilibrios se acumulan y la elasticidad de los mercados no es infinita.
Conclusión: vigilancia y antifragilidad
La decisión de Moody’s marca un antes y un después. En un mundo interconectado, el deterioro fiscal estadounidense no es un problema aislado —es un catalizador de ajustes sistémicos. Para países como el Paraguay, la respuesta debe combinar fortalecimiento de reservas, diversificación exportadora, disciplina fiscal y atracción de capital productivo.
Como hemos reiterado en esta columna, no hay espacio para la complacencia. El contexto exige claridad analítica, realismo estratégico y disciplina macroeconómica. Para el inversor, se recomienda un asesoramiento técnico, imparcial y estructuralmente orientado a la antifragilidad —no a narrativas pasajeras.
En tiempos de turbulencia, la diversificación, la solidez y la sobriedad siguen siendo los mejores activos.

