Carlos Meneses Sánchez
Sao Paulo, 30 dic (EFE).- La economía de Brasil ha vivido dos realidades opuestas en el primer año de Jair Bolsonaro en el poder: la euforia del mercado financiero y un ligero crecimiento económico frente a la precariedad de un mercado laboral aún deprimido.
Desde que asumió la Presidencia, el pasado 1 de enero, el líder ultraderechista ha dejado las riendas de la mayor economía de Suramérica en manos de su ministro Paulo Guedes, un rígido ultraliberal de la Escuela de Chicago.
Con ese poder, Guedes trazó una política agresiva basada en reformas estructurales, privatizaciones, concesiones y austeridad, con objeto de reducir lo máximo posible el tamaño del Estado y reequilibrar las maltrechas cuentas públicas.
Brasil venía de dos años consecutivos con crecimientos de alrededor del 1 % que no habían conseguido revertir la profunda caída del 7 % registrada entre 2015 y 2016.
Ante esta delicada situación, el Gobierno de Bolsonaro apenas ha conseguido aprobar en su primer año una reforma de calado -la de las pensiones-, reducir ligeramente sus gastos, inyectar liquidez por medio de la liberación de unos fondos de garantía laboral e iniciar su amplio plan de privatizaciones.
El Banco Central se sumó a la causa al bajar la tasa básica de interés al mínimo histórico del 4,50 %, con base en una inflación baja, actualmente en el 3,27 %.
Para los operadores económicos ha sido suficiente y así lo han reflejado en la Bolsa de Sao Paulo, que en este 2019 ha renovado su máxima varias veces y previsiblemente cerrará con una subida anual por encima del 30 %.
Para el brasileño común no tanto. La industria aún presenta altos niveles de ociosidad, el desempleo se ha instalado en los dos dígitos (11,2 %) con una tasa de informalidad récord, mientras que el real se ha depreciado cerca de un 4,5 % frente al dólar, que a finales de noviembre marcó su máximo al venderse a 4,258 reales.
LA CARA A: mejora de indicadores y leve crecimiento
Los pronósticos más optimistas indican un crecimiento del producto interno bruto (PIB) del 1,2 % para este año y del 2,2 % en 2020, según el Banco Central.
Tras un primer semestre en el que rozó la recesión técnica, Brasil aceleró en la recta final, impulsado por los servicios, la industria y el sector agropecuario, que esperaba cosechas récords para 2019 y 2020.
La política de ajustes también ha reducido ligeramente el déficit fiscal nominal desde el equivalente al 7,09 % del PIB con que cerró 2018 hasta el 6,44 % de octubre pasado.
Y se espera que disminuya aún más tras la polémica reforma de las pensiones, que impuso, entre otras duras medidas, una edad mínima y con la que el Ejecutivo calcula ahorrar 855.000 millones de reales (unos 210.000 millones de dólares) en 10 años.
Esa reforma y la expectativa de aprobar en 2020 una tributaria y otra administrativa, que pretende una reducción del salario para los nuevos funcionarios, han llevado al «riesgo país» a su menor nivel en nueve años.
«Fue un año bueno porque se consiguió avanzar en algunos frentes. Brasil necesita continuar con la austeridad fiscal sin gastar menos de lo que recauda para no dificultar el crecimiento», afirma a Efe Joelson Sampaio, profesor de economía del centro estudios Fundación Getulio Vargas (FGV).
LA CARA B: desempleo, informalidad y fricciones políticas
Pero esa tímida recuperación no ha sido suficiente para calentar el mercado laboral. La tasa de desempleo se ubicó en noviembre en el 11,2 %, equivalente a casi 12 millones de personas.
Bolsonaro asumió su mandato con un desempleo del 11,6 % que llegó al 12,4 % en febrero. A partir de ahí bajó, pero principalmente impulsado por la informalidad, que ha crecido hasta alcanzar el récord del 41,1 % de la población ocupada (38,8 millones de personas).
Las calles de las grandes ciudades de Brasil se han llenado de trabajadores autónomos, como Filipe Augusto Marques, de 25 años y quien desde hace siete meses pedalea en Sao Paulo una media de diez horas al día para un salario mensual de 2.000 reales (450 dólares).
Es uno de los miles de jóvenes repartidores de aplicaciones móviles que han desistido de buscar un trabajo formal ante la falta de oportunidades.
Lucas da Silva, técnico informático, también optó por repartir comida en bicicleta y es pesimista: «No veo que nada cambie a mejor. Muchos hablan de recuperación, pero yo lo veo estancado».
«Brasil continua teniendo una demanda insuficiente, una deuda elevada y un sector privado sin estímulos para invertir», explica a Efe el economista Nelson Marconi, de la FGV.
La crisis fiscal y la menor recaudación derivó en que Brasil se endeudara hasta el 78,3 % de su PIB (llegó al récord del 79,8 % en agosto), cuando a principios de 2014 no alcanzaba el 60 %.
Por su parte, Sampaio admite que 2019 podría haber sido un mejor año si el Gobierno y el Congreso hubieran chocado menos y colaborado más, algo que es motivo de preocupación para los inversores.
Además, el escenario externo también se presenta desafiante. La guerra comercial entre China y Estados Unidos sigue viva y la ola de protestas en varios países de Latinoamérica obligó al Gobierno de Bolsonaro a poner el freno a sus reformas de corte liberal por miedo al efecto contagio. EFE