Crédito columna: Alejandro Kladniew, socio gerente de Paraguay Development SRL.
Me encuentro entre los que pondera y difunde permanentemente los logros económicos de Paraguay, su lograda estabilidad y su coherencia macroeconómica.
También suelo hacer hincapié en su política fiscal que alienta a la inversión privada. Señalo su mejora perceptible en la inversión vial y de infraestructura eléctrica, estas dos que básicamente intentan paliar un déficit histórico.
Recordemos que después de 50 años -por ejemplo- recién este año el país estará en condiciones operativas de utilizar el 50% de la energía de Itaipú que le corresponde. Hasta la fecha, no tenía la infraestructura propia para aprovecharla, aunque así hubiera decidido.
Temas tales como saneamiento, calidad educativa, discrecionalidad de los poderes del Estado, corrupción, informalidad de una gran parte de la economía y transporte público -para nombrar algunas de tantas asignaturas pendientes- están lejos de manifestar mejoras; ni hablar de cambios.
Crear una nueva mística para que la población perciba mejor al Paraguay tiene aspectos saludables, porque pienso que el país ha sido visto desde el exterior -y así se autoperciben muchos ciudadanos- con cierto grado de subestimación.
Ese sentimiento debe modificarse porque hay muchos aspectos que hacen a cualquier paraguayo sentirse orgulloso por los logros que se consolidaron en las últimas décadas y que coloca a Paraguay en una senda para seguir produciendo mejor calidad de vida para sus habitantes en el futuro.
También creo que se debería ser cauteloso con algunos términos para no producir conductas pendulares y quizás un tanto ampulosas cuando hablamos del “resurgir de un gigante”. No puede desesperanzar a nadie saber que si bien se hizo mucho, todavía queda bastante por hacer. Estamos en buena senda, pero aún recorrimos solo el comienzo de un largo camino.
Lo que queda por hacer requiere de mucho esfuerzo, energía, honestidad, liderazgo, sacrificio, patriotismo y lucha. Porque crecer sanamente implicará -entre otras cosas- que personas, grupos y sectores deban resignar beneficios que no siempre van en el camino de las necesidades y derechos de la mayoría.
A quienes interese una comprensión más compleja de este tipo de fenómeno, recomiendo observar y analizar con detenimiento el desarrollo de los últimos 40 años de una economía como la de Chile en particular con el crecimiento de la misma basada en un esquema de economía abierta, pero con una problemática irresuelta de responder a demandas de amplios sectores de la población que no se sintieron incluidos en el bienestar global que alcanzó el país.
Esto determinó una crisis política y social dentro de límites constitucionales, que aún persiste luego de casi 5 años y sin una solución visible en el corto plazo.
Si bien cada realidad tiene su singularidad y en ningún caso estoy tratando de comparar a Chile con Paraguay, vale la pena profundizar que cualquier tipo de crecimiento debe tener impacto en la mayoría de los habitantes de la nación y que el mismo no garantiza, por sí mismo, mejoras para el conjunto.
Lamentablemente los gobiernos de casi todos los países del mundo y de todo signo, trabajan a veces más en la comunicación que en los resultados de sus programas de gobierno. Esto puede servir en el corto plazo; sin embargo, los gobernados necesitamos hechos y resultados. Los hechos y resultados son los que dan el ejemplo, los que marcan que el camino es correcto.
Los que ocupan espacios de poder público, tienen que estar allí solo para beneficio del conjunto y nunca para el propio o de sus amigos. Los indicadores de los problemas que tiene el mundo respecto a los liderazgos políticos, muestran que es imprescindible frenar el divorcio entre la política y los ciudadanos.
Todos los días leemos sobre la crisis de los sistemas republicanos, los nuevos totalitarismos y la falta de representatividad de quienes gobiernan. Esperemos que en Paraguay, quienes dirigen: Ejecutivo, legisladores y justicia, hayan tomado nota.